¿Qué es el tiempo?
Lapso, duración, época, espacio libre para hacer algo. Tiempo verdadero, tiempo heroico, fuera de tiempo, perder el tiempo, matar el tiempo.
En la obra “Cuando bailo, bailo; cuando duermo, duermo” la coreógrafa Elizabeth Rodríguez reflexiona con el concepto del tiempo.
Vemos a un grupo de mujeres que juegan con su apariencia y su forma de relacionarse. Registradas, desmenuzadas y aumentadas en imágenes de video, arman y desarman un sin fin de combinaciones.
Nos muestran distintos planos de la realidad, y las modificaciones que sufren en diferentes momentos de su existencia.
El diseño integral de Taira Court es preciso, limpio y atractivo. El espacio está diseñado al milímetro con diversos planos y niveles: una rampa diagonal, una banca lateral larga y un ciclorama divisible. Una escalera y una entrada en lados opuestos son usadas para entrar y salir de escena.
Todo está hecho pensando a la vez en las necesidades de movimiento de las intérpretes y las proyecciones de las imágenes y videos.
El material audiovisual de Carola Sánchez, habla de una compenetración tal con la idea de Elizabeth Rodríguez, que se hace indispensable al concepto de la obra.
Constantemente nos remite al pasado y porque no, a un posible futuro de lo que está sucediendo en la escena viva.
Las intérpretes, co-autoras del material coreográfico, son cada una de ellas un personaje único. A veces mimetizadas por el vestuario, parecen no querer ser individualizadas.
Pero, cada una tiene una forma distintiva de moverse, de decir, que no permite la confusión.
Con improvisaciones a partir de claves dichas por ellas, dan a la obra la tensión necesaria para que se mantenga ágil. Para que esa experiencia entre ellas y el público se convierta en única.
Claudia Vicuña con movimientos cortados y angulosos que se desdicen con su presencia sensual e imperturbable. Paula Sacur precisa e intensa, Francisca Tapia envuelta en lentejuelas, descontenta con ella y con el deber ser, Chery Matus complaciente e ingenua, Daniela Palma en el proceso de aceptarse y hacerse aceptar con la cabeza rapada y una fuerza extraordinaria capturada dentro de un vestido incómodo.
Todas desdoblándose en bailarinas y actrices.
Pasan de los vestiditos plisados, ajustados, brillosos, rojos, azules y verdes a quitarse las medias, la peluca, raparse la cabeza, quitarse los vestidos y usar trajes masculinos. Y otra vez aparecer con los vestidos, ahora ya mezclados con los sacos, en toda una transformación exterior que acompaña el devenir interior.
Un juego de tiempos, colores y direcciones. Una interacción entre los videos proyectados sobre una pantalla que se separa, e imágenes que se dividen en muchas imágenes, como cuadros de películas con diferentes acciones en ellos.
Un collage armonioso, con momentos irrepetibles de la presencia escénica, y acres chispazos de humor, melancólicos y rebeldes.























